“La contemplación de las cosas divinas y la unión asidua con Dios en la oración debe ser el primer y principal deber de todos los religiosos”. Ésta fue la exhortación del mismo Jesucristo a sus discípulos: Orad siempre sin desfallecer (Lc 18,1b) y la de San Pablo: Orad constantemente (1Tes 5,17).
Si la oración es el primer deber de todo religioso, particularmente lo es para el monje, que ocupa toda su vida en ella. El monje no debe olvidar el elogio que el Señor dirigió a aquélla que renunciando a toda otra actividad, se dedicaba a contemplarlo: María ha elegido la mejor parte que no le será quitada (Lc. 10,42)[70]. Así lo entendió, desde sus orígenes, toda la tradición monástica].
1- El espíritu de oración
La oración en el monasterio no se limitará a actos aislados en los tiempos dedicados a la oración comunitaria sino que será un acto de continua alabanza. “A medida que el monje va creciendo en virtud y pureza de corazón, su oración aumenta en perfección, hasta que llegado a las cumbres, vive unido habitualmente con Dios”.
Para lograr este espíritu de oración, buscará el monje la intimidad con Dios en todo lo que piense, en todo lo que hable y en todo lo que obre; y tendrá entonces la oración perfecta, sin escuchar jamás el reproche del Señor: este pueblo me honra con los labios pero su corazón está lejos de mí (Mt 15, 8).
El monje deberá ser no sólo un hombre de oración, sino también maestro de oración para aquellos que deseen crecer en este medio de unión con Dios y pidan lo que los discípulos le pidieron al Señor: enséñanos a orar (Lc 11, 1).
2- La Oración Litúrgica
La oración litúrgica, por ser obra de Cristo Sacerdote, y de su Cuerpo que es la Iglesia, es la acción sagrada por excelencia, cuya eficacia, no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia.
La vida contemplativa no se puede sostener sino con una profunda vida de oración litúrgica, por lo que los monjes se ejercitarán especialmente en ella, ya que: “sus oraciones -sobre todo la participación del Sacrificio de Cristo en la Eucaristía y la celebración del Oficio Divino- son la realización del oficio preclarísimo, propio de la Iglesia, en cuanto comunidad de orantes, es decir, la glorificación de Dios”.
Por voluntad expresa de nuestro fundador la oración litúrgica de los monjes deberá ser modelo para todos los hermanos de nuestra familia religiosa, y fuente inagotable de riqueza espiritual para todos ellos.
3- La Salmodia
“El Sumo Sacerdote de la nueva y eterna alianza, Cristo Jesús, al tomar la naturaleza humana, introdujo en este exilio terrestre aquel himno que se canta perpetuamente en las moradas celestiales. Él mismo une a Sí la comunidad entera de los hombres y la asocia al canto de este divino himno de alabanza. Esta función sacerdotal se prolonga a través de su Iglesia, que sin cesar alaba al Señor e intercede por la salvación de todo el mundo, no sólo celebrando la Eucaristía sino también de otras maneras, principalmente recitando el oficio divino”.
En la vida contemplativa el oficio divino ha ocupado y ocupa un lugar especialísimo. Para los miembros del Instituto del Verbo Encarnado reviste principal importancia, pues es una continuación de ese canto de alabanza a Dios Trino, que Cristo introdujo en el mundo con su Encarnación.
Se cantará todos los días el Oficio completo: Oficio de Lectura, Laúdes, Hora intermedia, Vísperas y Completas. El canto del Oficio de Lectura será por la noche. En ocuparse con fervor de las alabanzas divinas, se conocerá al verdadero monje.
4- Devoción Eucarística
a- El Sacrificio Eucarístico
La Santa Misa es el acto litúrgico por excelencia, y “la liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la iglesia, y al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza”, de ella “deriva hacia nosotros la Gracia… y se obtiene con la máxima eficacia aquella santificación de los hombres en Cristo y aquella glorificación de Dios a la cual las demás obras de Iglesia tienden como a su fin”.
Es el acto principal de culto, el sacrificio de alabanza que da a Dios gloria infinita. En ella Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, perpetúa en los altares de todo el mundo su Sacrificio redentor, de manera que los efectos de su Pasión, alcancen a todos los hombres de todos los tiempos.
Por lo dicho, la celebración y participación de la Santa Misa cotidiana será la primera obligación del monje como miembro de la comunidad. Un monje sacerdote a turno presidirá la celebración de la Misa comunitaria diaria en la que han de participar todos los miembros de la comunidad. Los otros monjes sacerdotes, en cuanto sea posible, concelebrarán.
Una comunidad religiosa nunca está más unida que cuando se encuentra en torno al altar para el Sacrificio de la Eucaristía, signo de unidad. Así lo ha entendido siempre la tradición de los monjes quienes, imitando a los primeros cristianos, se unían participando de la Santa Misa. Es por esto que, en las solemnidades y domingos todos los monjes sacerdotes concelebrarán en la Misa comunitaria.
b- La Adoración Eucarística
El Sacramento de la Eucaristía “contiene verdadera, real y sustancialmente presente el cuerpo, sangre, alma y divinidad de Nuestro Señor Jesucristo”, Verbo Encarnado, pan vivo, bajado del cielo (Jn 6, 51). De allí la primacía que para el monje debe tener el trato asiduo con el Señor Sacramentado, haciéndose contemplativo de la Eucaristía.
Una de las características principales de nuestros monjes será la devoción al Señor presente en la Eucaristía.
En ella ha de contemplar el monje a Jesucristo en sus misterios, ya que es prolongación de la Encarnación, memorial y representación de su Pasión, presencia del Señor resucitado y glorioso, anticipo de la vida eterna.
Con la adoración Eucarística los monjes del Verbo Encarnado se proponen cumplir de manera eminente la finalidad específica de su familia religiosa, ya que “la Eucaristía es para la Iglesia la fuente y el culmen de toda evangelización”. Así lo expresa acabadamente Juan Pablo II: “efectivamente en este sacramento del pan y del vino, de la comida y la bebida, todo lo que es humano es singularmente trasformado y elevado, el culto Eucarístico no es tanto culto de la trascendencia inaccesible, como culto de la divina condescendencia, y es también misericordia y redentora trasformación del mundo en el corazón del hombre”.
Manifestando su amor a Jesucristo presente en la Santísima Eucaristía además de la celebración y participación plena del Sacrificio del Altar (unido a Cristo, como Sacerdote y víctima), los monjes adorarán al Santísimo Sacramento durante una hora al comenzar el día y durante otra al terminarlo, que serán los dos polos donde encierren su día de alabanza a Dios.
El monje acudirá al oratorio para la adoración al Santísimo Sacramento, recogidos el sentido y el espíritu para que la disipación no halle incentivo; y una vez comenzada, se cuidará con delicadeza de no romper el silencio, cuidando cada uno su recogimiento y el de los demás, sabiendo que Dios habla al corazón.
5- Devoción Mariana
Todo monje del Instituto del Verbo Encarnado por su cuarto voto de esclavitud mariana, deberá tener para con la Santísima Virgen una particular devoción. Por su especial configuración con Cristo Víctima, el monje deberá buscar en ella fortaleza en los momentos de prueba, porque ella sigue al pie de la cruz de cada uno de sus hijos: Mujer, ahí tienes a tu hijo (Jn 19, 26). Se esforzará por vivir en pleno la “devoción interior y verdadera” de los esclavos de María, según el espíritu de San Luis María Grignion de Montfort, y las Constituciones del Instituto del Verbo Encarnado.
Los monjes consagrarán especialmente el día sábado para rendir culto y expresar comunitariamente el amor que profesan a la Santísima Virgen María. La Santa Misa se celebrará con toda solemnidad en su memoria, se rezará el Oficio de Santa María “in sabbato” y se rezará el santo rosario en comunidad. También como signo de la devoción a María cada monje procurará tener en su celda una imagen de Nuestra Señora: le recordará que siempre está bajo su maternal mirada.
(Tomado de la Regla monástica del IVE)